Ayer, día 19 de mayo de 2030, me
contrataron por primera vez en un colegio. Por fin, tenía el B2 de inglés… que
era el requisito indispensable. Para dar castellano, sí…
Me asignaron algunos grupos de
2º, 3º y 4º de ESO. Me resultaba extraño porque llevaba muchísimo tiempo sin
pisar una clase, desde mis prácticas en el Máster. La suerte no estaba de mi
lado, hasta que lo conseguí. Cuando entré por primera vez en el aula, me quedé
impactada. Todos los alumnos tenían un ordenador en su mesa y el móvil no se
despegaba de ellos. Era raro…
Una compañera, más joven que yo,
profesora de plástica, me comentaba que en todas las asignaturas era así.
Ahora, en su clase, los dibujos los hacían a partir de unas aplicaciones que
habían creado exclusivamente para su clase y que, para ello, necesitaban
portátiles o cualquier aparato que pudiera realizar esa función.
A partir de ese momento, me reuní
con mis compañeros de área. Tuve que adaptarme enseguida, aunque mis
conocimientos sobre tecnología eran, más bien, limitados.
Me puse en marcha y, a los pocos
días, aunque me costó, me vi como una docente de la época, empapada de muchas
aplicaciones, desconocidas hasta ahora (HotPotatoes, JavaClick, Googlescholar….).
Me sonaban a chino y parecía que mis alumnos sabían de esto más que yo, pero la
verdad es que la forma en la que se dan las clases hoy ha cambiado totalmente:
son mucho más dinámicas que las de hace 15 años. De hecho procuro que mi clase
sean prácticas y activas, aplicando en ellas la teoría. Para ello me hago
servir, ya no solo de páginas web para trabajar los contenidos, sino también de
instrumentos que pueden hacer más amena y divertida la clase.
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